29 marzo, 2024

Clase media K

La dictadura duró 8 años; el alfonsinismo, 6; el menemismo, 10 y el kirchnerismo, por lo menos, 12. Incluyendo el vacío de cuatro años ocupado por seis presidentes desde De la Rúa hasta Duhalde, las cuatro décadas que van de 1976 a 2015 y de Videla a Cristina, todos gobiernos surgidos ya sin Perón con vida, están marcadas por cuatro protagonismos políticos fuertes: una dictadura, un radicalismo progresista, un peronismo conservador y un peronismo progresista.
Los últimos dos peronismos son los más duraderos de los cuatro ciclos y, a la vez, de los más recientes. Saber qué le hizo a la sociedad aceptar durante tiempos prolongados a determinados gobiernos ayuda a entender por qué el kirchnerismo obtendrá un triunfo tan aplastante el próximo domingo y por qué la oposición quedó tan fragmentada.
En el capítulo “La integración de las masas a la vida política y el totalitarismo” del libro de Gino Germani, Política y sociedad en una época de transición, se explicaba que “en la sociedad contemporánea, cualquier régimen necesita para ser duradero del consentimiento activo o pasivo de las masas (o, por lo menos, de una porción considerable de ellas). Y éstas lo conceden cuando sienten que de algún modo son parte de la sociedad nacional, o cuando, por lo menos, no se sienten excluidas de ella.”
En este capítulo de su libro, Gino Germani explicaba las diferencias entre el peronismo de los años 50 y los nacionalismos europeos contemporáneos en función de sus distintas bases de sustentación: “A pesar de sus esfuerzos, el fascismo no logró realmente el apoyo activo de la mayoría de los trabajadores urbanos y aun rurales. Hubo más bien ‘neutralización’, ‘conformidad automática’, es decir, una aceptación pasiva que no puede compararse con la adhesión brindada por las clases medias”, mientras que sí “el peronismo logró el apoyo sincero de vastos sectores populares”.
Es muy interesante releer a Germani y su distinción entre gobiernos si los apoyos vienen de la clase media o de la baja porque este cuarto peronismo kirchnerista, especialmente en su fase 2011, tiene el apoyo de la clase media y el movimiento obrero dejó de ser su única base de sustentación.
“Debemos tener en cuenta –continúa Germani– tres elementos de esencial importancia: a) los intereses reales de los dos grupos sociales(N.d.R.: la clase media europea y la baja argentina) dentro de sus respectivas situaciones históricas; b) la medida en que (se) satisficieron efectivamente en cada caso y el alcance de la divergencia entre la satisfacción ‘real’ y las satisfacciones ‘sustitutas’ e ‘irreales’ que fascismo y peronismo pudieron hacer experimentar (…) por medio de los “mitos” propios de sus respectivas ideologías (nacionalismo y racismo, por un lado; “justicia social”, por el otro); c) los medios de información y de comprensión de la situación histórica y social que poseían ambos grupos, habida debida cuenta de su nivel de instrucción, de su grado de participación en la vida nacional y de su experiencia política previa.”
El más del 50% de los votos que obtendrá Cristina y la reducción de la oposición a cuatro candidatos del diez por ciento, más dos de tres por ciento, son parte del mismo fenómeno: la adhesión de sectores de la clase media al kirchnerismo. El kirchnerismo terminó quedándose con la mayoría del capital político de Carrió, a la vez heredera de la pata progresista de la Alianza en los 90 y del alfonsinismo en los 80. Binner y una parte del radicalismo resisten la pertenencia de ese espacio, pero el domingo próximo habrá contra Cristina más votos del peronismo conservador y clásico (Rodríguez Saá, Duhalde más De Narváez) que de lo puramente progresista.
¿Qué fue lo que hizo kirchnerista a la clase media históricamente despreciada por el peronismo clásico y retrógradamente vapuleada durante la crisis con el campo? Nuevamente vale releer a Germani cuando explica la posibilidad de surgimiento de nacionalismos europeos a mediados del siglo pasado y compararlos con la implosión que vivió la clase media en la crisis de 2002: hubo “severas frustraciones a que se vieron sometidas las clases medias alemanas e italianas en la primera posguerra como efecto del proceso de creciente proletarización”. “Veamos, en efecto, cuál era el origen de las severas frustraciones”. “Por un lado, su formación mental, su estilo y su plan de vida, y de consiguiente, su expectativa estaban ajustados a una situación que efectivamente les aseguraba –en promedio y como grupo– su cumplimiento (en lo económico –nivel de ingresos–, en lo vocacional –tipo de ocupación y prestigio de la misma– y, por lo tanto, en lo psicológico). Mas, por otro lado, la posibilidad de ver realizadas tales expectativas fue destruida por una serie de profundos cambios: la transformación de la estructura técnico-económica (transición a una fase monopolista y de alta concentración capitalista) (…) y sobre todo la extrema inflación con la consiguiente destrucción de los ahorros y –lo que mayor significado tiene desde el punto de vista psicológico– de su función como ‘regla de vida’ (de ‘expectativa’ en un plan vital), la competencia desenfrenada en las carreras liberales o la desaparición de éstas con su reducción a ‘puestos’ burocráticos. Tales son algunos de los aspectos de la crisis que las clases medias alemanas e italianas (y de otros países europeos) tuvieron que enfrentar en un espacio de tiempo menor que el de una generación, es decir, en un lapso demasiado reducido que no les dejó la posibilidad de lograr aquellos reajustes graduales a través del mecanismo de sucesivos reemplazos generacionales, que constituye el proceso habitual para épocas menos críticas. Frente a esta crisis la pequeña burguesía no percibió el significado ‘verdadero’ de los cambios que se se producían a su alrededor.
El texto de Germani también resulta útil para ver otros paralelismos: el de la clase obrera peronista de los años 50 del siglo pasado con los desempleados y piqueteros, que son el sujeto político emergente de las crisis de 2002 y otra de las masas en disponibilidad que absorbió el kirchnerismo. Dice Germani: “Según la versión generalmente aceptada, el apoyo de las clases populares se debió a la demagogia”. “Pues lo que tenemos que preguntarnos a continuación es en qué consistió tal demagogia. Aquí la interpretación corriente es la que por brevedad llamaremos del ‘plato de lentejas’. El dictador ‘dio’ a los trabajadores unas pocas ventajas materiales a cambio de la libertad. El pueblo ‘vendió’ su libertad por un plato de lentejas. Creemos que semejante interpretación debe rechazarse. El dictador hizo demagogia, es verdad. Mas la parte efectiva de esa demagogia no fueron las ventajas materiales, sino el haber dado al pueblo la experiencia (ficticia o real) de que había logrado ciertos derechos y que los estaba ejerciendo. Los trabajadores que apoyaban la dictadura, lejos de sentirse despojados de la libertad, estaban convencidos de que la habían conquistado. Claro que aquí con la misma palabra libertad nos estamos refiriendo a dos cosas distintas; la libertad que habían perdido era una libertad que realmente nunca habían poseído: la libertad política a ejercer sobre el plano de la alta política, de la política lejana y abstracta. La libertad que creían haber ganado era la libertad concreta, inmediata, de afirmar sus derechos contra capataces y patrones, elegir delegados, ganar pleitos en los tribunales laborales, sentirse más dueños de sí mismos. Todo esto fue sentido por el obrero, por el trabajador general, como una afirmación de la dignidad personal. Se dijo que de ese modo se alentó la indisciplina y el resentimiento. Esta interpretación, creemos, constituye un error tan grave como la teoría del ‘plato de lentejas’. Ha habido excesos y abusos, que en todo caso fueron la contrapartida de igual o peor conducta del otro lado. Pero el significado de esas conquistas fue otro. Para comprenderlo hay que recordar el estado de inferioridad y de inseguridad en que se encuentra el obrero. Quizá nada más elocuente que la descripción que nos da Simone Weil en ese impresionante documento que es La condition ouvrière. El obrero –dice Simone Weil– en el trabajo siente como si de continuo le estuvieran repitiendo al oído: ‘Tú no eres nadie aquí.
Tú no cuentas. Estás aquí para obedecer, para soportar, para callarte’. Tal repetición es irresistible. Se llega a admitir, desde lo más hondo de uno mismo, que en verdad no se es nadie. Todos los obreros de fábrica, o casi todos –afirma esta escritora, que compartió ese tipo de vida durante muchos años– tienen algo de imperceptible en sus movimientos, en sus miradas, y sobre todo en la expresión de sus labios, que indica que se les ha obligado a no contar para nada. En tal estado psíquico, la afirmación de ciertos derechos en el ámbito inmediato de su trabajo, en el ambiente mismo que han llegado a considerar como un lugar de humillaciones, ha significado una liberación parcial de sus sentimientos de inferioridad, una afirmación de sí mismo como un ser igual a todos los demás.”
“Contrariamente –continúa Germani– a lo que se suele pensar, los logros efectivos de los trabajadores en el decenio transcurrido no debemos buscarlos –repetimos– en el orden de las ventajas materiales –en gran parte anuladas por el proceso inflacionario–, sino en este reconocimiento de derechos en la circunstancia capital de que ahora la masa popular debe ser tenida en cuenta, y se impone a la consideración incluso de la llamada ‘gente de orden’, aquella misma que otrora consideraba ‘agitadores profesionales’ a los dirigentes sindicales.” “En este campo no puede hablarse, como con respecto a las clases medias alemanas e italianas, de ‘satisfacciones sustitutas’ pues esos logros –aunque de carácter psicosocial y no estructural– correspondían a sus objetivos ‘verdaderos’ dentro de la situación histórico-social correspondiente.”
Fácilmente se puede sustituir obrero por desempleado, delegado por puntero, o plato de lentejas por subsidio y leer el texto de Germani en clave actual. Y entender por qué Cristina sacará más votos que juntos los otros cinco candidatos que compiten. Los avisos del tramo final de la campaña son una clara señal. Con el kirchnerismo, la parte mayoritaria del peronismo se reinventó progresista y multiclasial ocupando también espacios tradicionales de la oposición. Si este experimento se consolidara, la identidad del radicalismo, entre otros sectores políticos, debería tener que reformularse.
* Especial para Perfil

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