La Argentina, un país entre dos mundos
Re-reelección, sí o no? Este es el dilema central de los argentinos. Un dilema tan hondo, tan profundo, que según sea la respuesta que le demos así será la historia de nuestra generación. Si le decimos que "sí" a la re-reelección de Cristina en 2015, no estaremos definiendo sólo una cuestión "electoral". Estaremos escogiendo nuestro destino como nación, un destino diametralmente opuesto al que resultará si le decimos que "no" a la re-reelección.
Nos hallamos pues en una encrucijada, situados entre dos caminos mutuamente excluyentes. Uno de ellos conduce hacia una "Cristina eterna", sin límites ni plazos. El otro apunta en dirección de una república donde los gobernantes se suceden unos a otros sin alcanzar nunca el monopolio del poder. En nuestro continente, países como Brasil, Chile, Uruguay, Colombia, México, Perú, los Estados Unidos y Canadá son repúblicas porque sus gobernantes son limitados y aceptan plazos. Lo contrario ocurre en Venezuela, Ecuador y Nicaragua, cuyos poderes se han concentrado en un caudillo que no reconoce límites ni plazos.
La Argentina ocupa por ahora una posición intermedia entre estos extremos. Decimos "por ahora" porque los argentinos tendremos que decidirnos antes de 2015, sea por una "Cristina eterna", sea por una república. Si escogemos la primera opción, nos alinearemos con Venezuela y en contra de la democracia. Si escogemos la segunda opción, nos alinearemos con la mayoría democrática del continente.
Lo curioso es que los argentinos, cuando se les pregunta por estas opciones como acaba de hacerlo la consultora Poliarquía, no ofrecen dos sino tres salidas. Un sector está pura y simplemente con Cristina, aunque resulte "eterna". Hoy este sector abarca aproximadamente una cuarta parte de los consultados. Otro sector, que no quiere saber nada con la Presidenta, roza la mitad de los consultados. La opinión de la cuarta parte restante es si se quiere más sofisticada porque apoya a Cristina hasta 2015, cuando termina su mandato actual, pero le niega la re-reelección. Probablemente todas estas proporciones variarán en el curso de los meses venideros.
Hay pues tres tipos de respuestas. Una es cristinista, otra es anticristinista y a la tercera podríamos llamarla institucional porque, si de un lado le acuerda a Cristina el derecho de gobernar hasta el año 2015 y por lo tanto no es "destituyente", no está de acuerdo en extenderle este derecho más allá de lo que prescribe la Constitución. Hoy y aquí, si se hace bien la cuenta, dos de cada tres argentinos se opondrían a una reforma constitucional para posibilitar una "Cristina eterna", pero estamos muy lejos todavía de 2015 para darle a esta estimación un carácter perdurable.
La actual mayoría "antirreeleccionista" podría debilitarse según pase el tiempo. Sabemos que, aun en democracia, una minoría organizada puede derrotar a una mayoría desorganizada. No se puede negar que, mayoritario o no, el cristinismo está unido y organizado. Lo contrario le ocurre a la oposición, desunida y desorganizada. Sabemos, por lo tanto, que el tiempo, en principio, corre a favor del reeleccionismo. Lo que no sabemos todavía es si el tiempo le alcanzará de aquí a 2015. Si le alcanza, tendremos "Cristina eterna". En el caso contrario, se salvará la república.
Pero el tiempo, como el viento, es reversible. A medida que se acerque la hora de la definición entre reeleccionismo y democracia, ¿no cobraremos los argentinos una mayor conciencia sobre el dramatismo de nuestra opción? Lo que hoy nos parece sólo un juego de encuestas sobre una cuestión remota, ¿no se nos presentará cada día más, cuando las elecciones parlamentarias de 2013 y les elecciones presidenciales de 2015 se nos vengan encima, como una opción vital ? Nuestros antepasados tuvieron esta sensación el 3 de febrero de 1852, en el campo de batalla de Caseros. Ese día, Urquiza derrotó a Rosas y en lugar del reeleccionismo ilimitado de Rosas tuvimos Constitución. En estos años se avecina, aunque incruento, el mismo dilema. ¿Nos daremos cuenta antes de que sea tarde?
A partir de 1852, Caseros, el Acuerdo de San Nicolás y la Constitución de 1853 nos brindaron en rápida sucesión nada menos que un sistema político aceptado por todos gracias al cual tuvimos estabilidad política y un desarrollo económico nunca visto que nos colocó a la cabeza de las naciones hasta el golpe del 6 de septiembre de 1930, cuando descarrilamos para caer en un vicio recurrente del cual aun hoy no hemos salido. Este vicio consistió en que el grupo que alcanzaba el poder, en lugar de llamar a los demás a un gran acuerdo, llevado por la euforia de su flamante triunfo pretendió "cortarse solo" y gobernar sin ayuda hasta que el resto de los excluidos al fin se unió para derrotarlo y el más fuerte entre los vencedores, en lugar de un nuevo San Nicolás, aspiró a un nuevo monopolio igualmente frustrado. Los conservadores a partir de 1930, así como los peronistas y los radicales después, repitieron una y otra vez esta historia. En 2003, el kirchnerismo volvió a intentar el mismo método. En vez del acuerdismo de 1852-1930, que nos ofreció la grandeza, padecimos el exclusivismo de 1930-2012, del cual aún no hemos salido.
Cuando los romanos hablaban de la vespera querían decir "la tarde", pero no cualquier tarde sino solamente aquellas tardes que, porque precedían a los días festivos, traían consigo un sentido de anticipación. Hoy, los argentinos estamos viviendo un tiempo de vísperas porque durante él, más tarde o más temprano dentro de él, tendremos que definir la clase de nación que queremos ser: una república democrática a la manera de las naciones americanas que hemos mencionado o un régimen caudillista a la manera de Chávez y sus secuaces. Estamos viviendo en las vísperas de esta gran decisión. Todo lo demás vendrá por añadidura.
El Gobierno tiene la posibilidad de adelantar las vísperas hasta hacerlas coincidir con las elecciones parlamentarias de octubre de 2013 o de retrasarlas hasta octubre de 2015, hasta la misma elección presidencial. Después, ya no habrá más tiempo. Tiene una ventana de dos años para hacer su apuesta. Lo que sí sabemos es que, entre aquellas dos fechas-límite, la apuesta se hará a menos que Cristina abandone su proyecto reeleccionista lo cual, a la vista de su desmedida ambición y de los inmensos recursos de los que dispone, resulta altamente improbable. Cristina está jugada. Cristina, por lo tanto, jugará.
La siguiente pregunta es inevitable: mientras tanto, ¿a qué jugará la oposición? ¿Jugará a no jugar? Es lo que hizo en las elecciones del año pasado, dividiéndose en tantos segmentos que ninguno de ellos puso en peligro el monopolio de Cristina, vencedora con el 54 por ciento de los votos. El año pasado la Presidenta, en los hechos, no tuvo rival. ¿Ocurrirá lo mismo en 2013 o en 2015? En tal caso, Cristina otra vez triunfará. El 46 por ciento de los argentinos le negó sus votos. El combate entre el oficialismo y la oposición resultará parejo si sólo un candidato opositor enfrenta al oficialismo. Si esto no pasa habrá "Cristina eterna", pero no sólo por la acción del Gobierno sino también por la claudicación de la oposición.
En verdad, lo que importa es no tanto que Cristina gane o pierda en las próximas elecciones sino si, entre 2013 y 2015, le nace un rival de consideración cuya aparición nos constituiría en un "sistema bipartidista" en lugar del monopolio actual. Este es el salto de calidad que nos falta para ser una democracia en serio. ¿Lo daremos? La respuesta está en nuestras manos..
* Especial para La Nación