19 abril, 2024

EE.UU. y China se encaminan a pactar en Argentina una tregua a la guerra comercial

CIUDAD DE BUENOS AIRES (Compacto Político). Aun con el desorden que caracteriza muchas de sus declaraciones, el presidente Donald Trump ofreció ayer una pista concreta de que en Buenos Aires hay disposición para alcanzar un acuerdo con China. Los mercados globales observan atentos estos desarrollos porque podrían anticipar el alivio de la destructiva guerra comercial que libran las dos mayores potencias del globo.
“Estamos muy cerca de hacer algo con China, pero no sé si quiero hacerlo”, comentó el mandatario a los periodistas antes de abordar ayer el avión rumbo a Buenos Aires. “Creo que China quiere hacer un trato. Me gusta el trato que tenemos ahora”, añadió sin aclarar a qué se refería con esa última puntualización.
Trump ysu colega chino, Xi Jinping, se reunirán este sábado, después de concluir la cumbre del G20, en una cena a la que acudirán con un importante número de ministros y asesores económicos.
China, desde hace días, ha venido también dando señales de un posible pacto que alivie el choque comercial. “Esperamos que EE.UU. vaya en el mismo rumbo que China esforzándose para conseguir resultados positivos en el encuentro”, dijo en rueda de prensa el vocero del ministro de Comercio, Gao Feng.
Esta semana, el asesor económico de la Casa Blanca, Larry Kudlow, al confirmar la reunión, señaló que persisten disidencias pero que esperaban que Beijing ayude “a dar vuelta la página… y presente nuevas ideas a EE.UU.”
La alternativa es una tregua que, si bien no resolvería el problema de fondo, impediría su agravamiento. China aceptaría una apertura mayor de su economía, que es también un antiguo plan de Xi Jinping que le ha costado una férrea lucha interna y también, como acaba de declarar en España, “acrecentará la protección de la propiedad intelectual”. Demandas concretas de EE.UU.
“Se espera que el mejor resultado posible para las conversaciones cara a cara de los líderes sea la suspensión de nuevas tarifas, pero ese alto el fuego podría ser solo temporal”, comentó con cautela una fuente del gobierno chino al South China Morning Post, de Hong Kong.
El funcionario de Comercio reveló, además, que en estos días Trump y Xi conversaron por teléfono y que de ese diálogo surgió “un acuerdo para proveer un plan que ambas partes puedan aceptar en materia comercial”. Es decir, sin derrotados.
Para Beijing es una oportunidad para generar un ambiente más estable que alivie sus propias presiones internas. La economía del gigante caerá de 6,2% a 5% en 2019 debido a este conflicto. Para China, a su vez, es muy importante que la declaración final del G20 incluya un potente mensaje a favor del multilateralismo. Pero no hay seguridades de que el tema se incluya en el documento.
El FMI y el Banco Mundial han alertado a Washington por el efecto pernicioso en el propio EE.UU. de la guerra comercial que, afirman, no tendrá ganadores. En esa línea se inscribe el cierre de cinco plantas de la General Motors en EE.UU. y Canadá y los reproches de las metalúrgicas por los efectos perniciosos de los aranceles al acero y el aluminio que también impuso la Casa Blanca tras el mantra del “American first”.
En setiembre, EE.UU. ordenó un arancel de 10% sobre un total de 200 mil millones de dólares de exportaciones chinas a Norteamérica, poco menos de la mitad del paquete de bienes que le vende el gigante asiático. Fue el primer paso de una ofensiva de Trump contra el déficit fiscal de 375 mil millones de dólares en el intercambio.
Hace pocas horas el magnate le dijo a The Wall Street Journal que “es muy improbable postergar” la subida de esos aranceles hasta el 25% a partir del 1 de enero. Tampoco se desmontó de su intención de gravar la totalidad de los casi 500 mil millones que le compra al Imperio del Centro.
Es por todo eso que se cayeron las reuniones entre los dos países previstas originalmente para la semana entrante en Washington. Pero surgió ahora la oportunidad de Buenos Aires como una urgente alternativa para aliviar el daño que producen estas políticas. Es interesante señalar que, al margen de la retórica belicosa de la Casa Blanca esta cena del sábado en Buenos Aires fue propuesta por Estados Unidos.
Según muchos analistas, y Beijing está convencida de ello, la intención de Trump no ha sido resolver los rojos binacionales sino implementar una estructura de contención para moderar o detener el desarrollo de China que está a un paso de convertirse en la mayor economía del globo.
El vicepresidente Mike Pence, en un mensaje en la reciente cumbre de la Apec de Papúa Nueva Guinea y en otro discurso en EE.UU., marcó con dureza la necesidad de un alineamiento del gigante asiático consistente en la apertura de su economía, el respeto a la propiedad intelectual y la desmilitarización del Mar del Sur de la China. Beijing ve esas aguas como un espacio nacional, condición que el resto del mundo no acepta.
En un documento de más de cien páginas difundido por el Pentágono en octubre pasado, se señala como nivel de riesgo para la estabilidad y la seguridad norteamericanas los avances de China en inteligencia artificial, robótica, high tech, automóviles eléctricos y en su programa estrella, la Ruta de la Seda o Belt And Road Initiative.
Según un informe de Morgan Stanley, en los próximos diez años Beijing, en coincidencia con el salto a primera potencia económica, habrá derramado con esa iniciativa 1,3 billones de dólares (un 1 con doce ceros, casi la totalidad del PBI mexicano) en obras de infraestructura en más de 60 países para amplificar su comercio al resto del mundo y la competencia con Occidente. Para el Banco Mundial, el impacto es enorme con reducciones de 3,6% del costo de los intercambios comerciales para los países involucrados y 2,4% para el conjunto del planeta.

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