6 abril, 2025

Anticipan que CFK cambió de opinión en el sur: "Habrá devolución ya a USA"

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Antes de ir al texto de Eugenio Paillet en el diario La Nueva Provincia, de Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires, algunas aclaraciones:
> Aníbal Fernández llegó a amenazar con destruir el equipamiento estadounidense decomisado, según procedimientos aduaneros convencionales.
> Aníbal Fernández y Héctor Timerman solicitaron al Gobierno estadounidense brindar explicaciones y solicitar disculpas a Cristina Fernández.
> Héctor Timerman deslizó la posibilidad de que el equipamiento estadounidense fuese utilizado con fines peligrosos para con el Gobierno argentino.
> Aníbal Fernández afirmó, en el programa 6 7 8, por Canal 7, que el Gobierno argentino había actuado conforme al Derecho Internacional y local.
Sin embargo, Paillet anticipa que hay un cambio abrupto en el punto de vista.
Ahora sí, el fragmento:
"Cristina ya ordenó a Aníbal Fernández realizar todo lo necesario para poner fin al despropósito: la Argentina le devolverá, en pocos días más, a los Estados Unidos el material incautado en el avión de la fuerza aérea norteamericana.
El operativo se realizará, probablemente, sin estertores mediáticos, para no sumar un papelón a otro papelón: el Jefe de Gabinete había amenazado con quemar todo lo incautado, un claro jueguito para la tribuna que se asentaba en la dureza de las leyes aduaneras argentinas. Como si el país fuese un premio a la calidad en materia de controles aduaneros y fronterizos.
Por esa misma pista en la que anduvo el gigantesco Globemaster incautado y revisado con sus propias manos por Héctor Timerman, fueron y vinieron casi mil kilogramos de drogas traficadas después a España desde el aeródromo de Morón, sin que a nadie se le moviera un pelo.
Los acuerdos para la devolución de computadoras, remedios, latas de comida y hasta enseres personales de los marines que venían en misión de paz están siendo trabajados, por estas horas, en absoluta reserva, por el embajador en Washington, Alfredo Chiaradía, con autoridades del Departamento de Estado.
No dejaría de ser curioso si no se entendiera que uno de los actores de este sainete es el gobierno argentino: todos los pasos para poner punto final al entredicho han sido autorizados por la Presidenta, que es la misma que, desde el sur, llamó, días atrás, a luchar en defensa de nuestra soberanía, como si el avión en cuestión hubiese llegado para invadirnos o para traficar drogas y vender armas, y no para ayudar a las fuerzas federales nacionales a desenvolverse mejor frente a hipotéticos casos de toma de rehenes.
Tampoco debe llamar la atención, por esas mismas razones, que el artilugio que encontró la Casa Rosada para desandar el conflicto sin perder alguna medalla en el camino sea, justamente, que la rigurosidad aduanera que esgrimió Aníbal se da de palos con lo que dictaminó la propia Dirección Nacional de Aduanas: sus jefes comunicaron oficialmente al juez de la causa que no se cometió delito, sino apenas una infracción, mucho más sensible, si se quiere, que la de quien pretende pasar por Ezeiza con un aparato electrónico sin pagar antes el impuesto que corresponde, pero infracción al fin.
Atrás quedará el bravo gesto de Cristina que reclamó un pedido de disculpas directo a su celular por parte de Hillary Clinton, para empezar a hablar. Ya demasiado había tenido su ego, y el del canciller, para tragarse, durante muchos meses, el desplante de Barack Obama y su pertinaz negativa a conceder a ella la foto en el salón Oval que consiguieron, hasta ahora, casi todos sus pares y ex colegas del continente.
O soportar el más reciente e inequívoco gesto de desinterés por estas tierras del jefe de la Casa Blanca, cuando anunció que vendrá a Brasil y Chile, pero no a la Argentina. Esta era, entonces, la oportunidad de zanjar a su favor todo ese rencor acumulado. Pero las cosas son como son y no como la presidenta o su impresionante aparato de comunicación oficial y paraoficial quieren que sea.
Hasta podría afirmarse que se acaba de registrar (un paso que esos comunicadores jamás reconocerán) un triunfo del ala moderada del gabinete y del Palacio San Martín, que empezaron pidiendo la cabeza de Timerman, como salida, a estas alturas necesaria e impostergable, para recuperar algo de prestigio externo y evitar nuevos baldones como el que acaba de protagonizar, y terminaron por influir en Cristina con la lista en la mano de los problemas que acarreará al país no cerrar ahora mismo este impresentable capítulo.
Van desde una fuerte influencia de Estados Unidos en contra de la permanencia de la Argentina en el Grupo de los 20, pasando por trabas para permitir un buen acuerdo en la renegociación de la deuda con el Club de París, lo que mantendría inaccesible el crédito internacional, hasta el retiro del FMI de la negociación para solventar con fondos de ese organismo una profunda reestructuración del INDEC. La anulación del carnet de socio externo de la OTAN sería otra consecuencia, aunque, para kirchneristas furiosos como Carlos Kunkel, esa es apenas una rémora del pasado menemista que tanto les gusta execrar.
En todo caso, si algo hay que reconocer a quienes idearon la estrategia de hacer del avión norteamericano un mundo de intrigas y sospechas, es que, durante unos cuantos días, lograron montar una formidable cortina de humo detrás de la cual se disimularon los avances de la justicia sobre casos sonados de corrupción kirchnerista, como los de Ricardo Jaime o Héctor Capaccioli, o el recrudecimiento galopante de la inseguridad, los datos privados sobre una inflación creciente y muestras vivas y palpables de la pavorosa pobreza que el modelo sigue generando en vastas zonas del país.
Queda flotando como saldo, por encima de esta saga a punto de concluir y que jamás debió suceder, de haber tenido la Argentina un canciller sabiamente parado sobre sus responsabilidades y no más preocupado en destapar pavadas entre vedetes y ex funcionarios a través de su cuenta en Twitter, lo que aparece como un monumental error de cálculo cuyas consecuencias para el país están por verse.
En boca de un diplomático de aquel ala moderada que clamaba por un poco de racionalidad, una cosa era atacar despiadadamente a George Bush, cuya imagen positiva se arrastraba por debajo del 4 %, y otra es hacerlo con Obama, que conserva niveles de adhesión superiores al 40%. Pero no hay que pedir peras al olmo. (…)".

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