Cristinismo, kirchnerismo (3 lecturas sobre hegemonía)
El Cristinismo emerge como fuerza política con identidad propia. Tiene valores similares al Kirchnerismo pero también tiene objetivos que, probablemente por resultar un nuevo escenario, son en cierta forma superadores del Kircherismo original.
El tema merece especulaciones y reflexiones. Aqui 3 lecturas al respecto.
Mariano Spezzapria, secretario de Redacción de la agencia Noticias Argentinas, informó:
"Ya no habrá discursos desmesurados, ni críticas desmedidas a la oposición, ni apelaciones cercanas a la tradición del populismo. El aplastante triunfo electoral no solamente convalidó la reelección de la presidenta Cristina Kirchner, sino que también la consagró como la nueva líder de una coalición política y social que está llamada a dominar la política argentina en los próximos años.
Esta nueva coalición, que representa una evolución de lo que hasta ahora constituyó el kirchnerismo desde 2003, seduce a las mayorías y arrastra también al peronismo, porque quedó claro que hay muy poco espacio para crecer en términos políticos reivindicándose justicialista pero haciendo, a la vez, oposición al Gobierno nacional.
El analista Enrique Zuleta Puceiro sostuvo, en este escenario, que el mérito de Cristina Kirchner radica en haber fomentado "un clima de expectativas y convergencias sociales que ha modificado profundamente las bases sociales y económicas del voto", especialmente en la provincia de Buenos Aires. Y no sólo en el Conurbano, sino especialmente en el interior bonaerense.
De aquí que el segundo gran ganador del dictamen de las urnas haya sido, con claridad, el gobernador Daniel Scioli, quien obtuvo más del 55% de los votos. En palabras de Zuleta Puceiro, "las ciudades del interior bonaerense, tradicionalmente reactivas al peronismo, son hoy escenario de expectativas inéditas de crecimiento".
Por eso puede interpretarse que, después de semejante victoria electoral, Cristina y Scioli hayan decidido compartir mañana (martes 25/10) un acto en la Provincia, fortaleciendo la idea de que componen el tándem más poderoso de la política argentina actual. La Presidenta y el Gobernador encabezarán un acto de gestión en la populosa ciudad de Lanús, al Sur del GBA.
Muchos analistas dan por hecho que la dupla Cristina-Scioli funcionará en forma aceitada hasta el 2013, cuando tendrán lugar las próximas elecciones legislativas y comiencen a proyectarse los posicionamientos de cara a la sucesión presidencial en 2015. Se sabe que Scioli aspira al sillón de Rivadavia, aunque está lejos de reconocerlo públicamente.
Ese mismo norte guiará en los próximos años el destino de Mauricio Macri. El jefe de Gobierno porteño quedó parado, junto al socialista santafesino Hermes Binner, como uno de los principales referentes de la oposición, tras la caída en desgracia y la llegada del ocaso para otras figuras políticas como Elisa Carrió o Eduardo Duhalde.
La politóloga Doris Capurro sostuvo que Macri tiene más margen para crecer políticamente porque su liderazgo tiene un rumbo de "controderecha", sitial de la política argentina que se encuentra "vacante". A juicio de Capurro, la Presidenta ocupa ahora más que nunca casi todo el espacio de la centroizquierda y a Binner le será complicado tratar de ganar terreno en esa franja.
"Tal como están las cosas, la centroizquierda tradicional quedará limitada a un rol de control y propuestas de corrección, pero la centralidad del espacio la seguirá teniendo el Gobierno", evaluó Capurro. Por su parte, Zuleta Puceiro dijo que Cristina Kirchner seguirá siendo el eje de la política porque interpreta la realidad argentina mejor que el resto de la dirigencia.
"El mérito central de Cristina Kirchner es haber leído y comprendido las implicancias políticas de este proceso mejor que cualquiera de sus adversarios, incluido el propio peronismo kirchnerista y no kirchnerista", remarcó el analista, dando por hecho que la mandataria deberá enfrentar de ahora en más rencillas internas en el propio oficialismo.
"Habrá una continuidad, pero no de personas ni de partidos, sino de proyecto político de nación y de país", dijo anoche (domingo 23/10) Cristina Kirchner. Las palabras de la Presidenta llegaron como corolario de una jornada en la que se configuró un nuevo esquema entre los partidos políticos, en el que la dualidad histórica peronismo-radicalismo parece haber quedado relegada ante el surgimiento de una evolución del kirchnerismo, el "cristinismo".
En tanto, Rosendo María Fraga escribió en una newsletter de su centro Nueva Mayoría:
"Nunca desde 1983 una elección presidencial generó tan poca movilización en la Argentina, ni estuvo tan decidida en la percepción de los votantes. Ello fue por dos causas. La primera, la pre-elección que significaron las primarias simultáneas, abiertas y obligatorias del 14 de agosto, que dieron por resultado una diferencia de 38 puntos a favor de la candidata oficialista, Cristina Kirchner. La segunda, que la docena de sondeos publicados en los quince días previos a la elección mostraron que la Presidente obtendría entre 52 y 57% de los votos, sin que ninguno de los candidatos opositores pudiera aproximarse al 20%.
El oficialismo ha sumado ahora varios puntos más, superando el 50% de los votos y con una diferencia en puntos sobre el segundo cercana a 36. La oposición fracasó en polarizar el 50% que la votó en agosto y lo mismo ha sucedido en octubre.
En términos históricos, Cristina ha sido reelecta con el mayor porcentaje obtenido en una elección presidencial desde 1983, cuando Alfonsín fuera electo con 52%, y también con la mayor diferencia sobre el segundo desde entonces.
Queda así definida una amplia mayoría electoral con una oposición muy atomizada, en la cual Hermes Binner es el más votado, alcanzando el segundo lugar. Es la primera vez en la historia que un candidato del Partido Socialista a la Presidencia logra el segundo lugar.
En el Congreso, el oficialismo tiene así asegurada una amplia mayoría en las dos cámaras, no sólo por los legisladores que obtiene sino por los que se sumarán de otros bloques. Para la mayoría en Senadores se requieren 36 bancas y el Cristinismo quedaría cerca de las 40. En Diputados la mayoría es de 129 y se acercaría a los 140 sumando los aliados y nuevos integrantes.
Con estos números no tendría problema después del 10 de diciembre en aprobar el Presupuesto 2012 que mantiene márgenes de decisión importantes para el Ejecutivo, en prorrogar la ley de emergencia económica que amplía dichas atribuciones sobre las del Congreso, en lograr la aprobación de la ley de tierras -hoy demorada por la oposición en Diputados-, o en modificar la Carta Orgánica del Banco Central para terminar con su independencia.
En cuanto a la reforma de la Constitución, el oficialismo no llega a los 48 senadores y los 167 diputados requeridos para convocarla. Pero la experiencia argentina, como en varios países de la región, muestra que la utilización de instrumentos de democracia directa (como una consulta popular no vinculante) o la amenaza de recurrir a ellos, puede llevar a un sector de la oposición a negociar, como sucediera en 1993 con el Pacto de Olivos.
A nivel de distritos, la hegemonía del oficialismo también será muy fuerte. Sobre 24 distritos han tenido elecciones de gobernador 22, entre las provincias que realizaron elecciones anticipadas y las que las hicieron junto con la elección presidencial. Sólo dos (Santiago y Corrientes) renuevan los gobiernos provinciales en 2013.
Quedarán en manos opositoras tres distritos: Ciudad de Buenos Aires del PRO, Santa Fe con gobernador socialista, y San Luis, donde gana la versión del peronismo disidente de los hermanos Rodríguez Saá.
Sobre las 22 provincias que han elegido gobernador, en 20 ha ganado el candidato de quien gobernaba. El radicalismo ha perdido dos provincias (Catamarca y Río Negro, esta última oficialista). En líneas generales el oficialismo nacional y sus aliados gobernarán en 21 distritos.
En la provincia de Buenos Aires la reelección del gobernador Scioli fue por amplio margen, superando incluso el porcentaje de la Presidente en el distrito, con una diferencia en puntos muy importante sobre Francisco de Narváez, quien terminó segundo, mejorando su porcentaje sobre el resultado de agosto.
La elección deja como cuestión política central el rol del peronismo en el futuro. En la elección presidencial de 2003, la suma de los tres candidatos afiliados al PJ (Carlos Menem, Néstor Kirchner y Adolfo Rodríguez Saá) totalizó 63% y el único afiliado a la UCR (Leopoldo Moreau) sólo 2,6%. En 2007, la suma de los tres candidatos presidenciales integrantes del peronismo (Cristina Kirchner, Alberto Rodríguez Saá y Roberto Lavagna) llegó al 72% y el radicalismo no presentó ningún candidato para la Presidencia. El pasado 14 de agosto, los tres candidatos a Presidente afiliados al PJ (Cristina Kirchner, Adolfo Rodríguez Saá y Eduardo Duhalde) llegaron al 71%, porcentaje que casi se ha repetido el 23 de octubre. La UCR con alianzas extrapartidarias sumó 12% en agosto y ahora algo menos.
La Argentina parece así haber dejado de ser bipartidista y el peronismo es una fuerza política que ocupa el espacio del oficialismo y parte del opositor, reunificándose o dividiéndose en el poder de acuerdo a las circunstancias.
En conclusión: el oficialismo ha tenido un triunfo contundente en primera vuelta, logrando amplia mayoría en el Congreso; quedarán bajo su control 21 de 24 distritos; la elección consolida al peronismo como la fuerza política hegemónica, ocupando el espacio oficialista y parte del opositor; pero es la versión cristinista de esta fuerza la que ejercerá el poder durante los próximos cuatro años y la oposición queda atomizada y sin liderazgo definido, con Binner por un lado y Macri por el otro como referentes más relevantes."
Graciela Mochfkofsky escribió en El País, de Madrid:
"La reacción contra la colonización de la política por el poder económico, que había sido el signo de los ’90, dominó la escena política latinoamericana de la última década. Buena parte de los líderes del continente intentaron y aún intentan, cada uno según los límites y convenciones que admiten sus sociedades, volver a establecer el imperio de la política sobre la economía.
Este conflictivo proceso fue recompensado por años de prosperidad, pero, contra lo que podía esperarse, no renovó, en terminos generales, los sistemas políticos de los países en cuestión; a menudo, no por el afán hegemónico de gobiernos tan autoafimativos (o no sólo), sino porque buena parte de los grupos opositores sólo atinaron a mostrarse como voceros de los sectores económicos que habían predominado en la década anterior, sin darse cuenta de que ese esquema, aquí y en el mundo, estaba en una crisis que parece terminal.
En la Argentina, este proceso comenzó en 2003, cuando Néstor Kirchner llegó al gobierno, tras la debacle económica y social de los dos años precedentes. Era un momento de debilidad extrema: debilidad de la clase política, abominada por una sociedad que había marchado por las calles al grito de “que se vayan”, y del propio Kirchner, que asumía la Presidencia tras perder las elecciones con un magro 22 por ciento y sólo porque el ganador, Carlos Menem, abandonó ante la seguridad de la derrota en la inevitable segunda vuelta.
Ocho años más tarde, en vísperas de una reelección histórica (…), el llamado “modelo” kirchnerista, que implica una relativa recuperación del poder de la política sobre la economía acorde con modalidades específicamente argentinas, ha triunfado.
El “modelo”, que incluye la política de derechos humanos y de seguridad; la ampliación de beneficios sociales; la intervención del Estado sobre actividades como la energética, financiera o periodística; la regulación de los precios y la balanza comecial; la aplicación de altos impuestos sobre la renta exportadora para financiar subsidios públicos, entre otras cosas, fue resistido en forma tenaz por la oposición política y los grupos económicos durante casi todo el gobierno de Cristina, a quien acusaron de autoritaria, cuasi monárquica, incluso fascista.
(…) Pese a este triunfo inédito, la Presidenta iniciará su segundo y último mandato con una vulnerabilidad. Muerto su marido el año pasado, carece de sucesor (ambos confiaban en alternarse en el poder durante varios períodos). Los dirigentes de su partido o colaboradores que asoman como posibles delfines no tienen entidad suficiente o no ofrecen garantías sobre su futura fidelidad al “modelo”.
El kirchnerismo, al fin y al cabo, es un pequeño grupo inserto en un fenómeno político complejo, el peronismo. Peronista era Carlos Menem, quien condujo a la Argentina en los ‘90 emulando a Margaret Thatcher y peronista fue Néstor Kirchner, quien intentó revertir esa herencia. El presunto delfín de Menem, Eduado Duhalde, se convirtió enseguida en su peor enemigo; y fue Duhalde quien, como líder del partido y presidente interino, en 2002, designó a Kirchner como su sucesor, sólo para acabar enfrentado a muerte con él y con su viuda.
En consecuencia, aunque el peronismo es virtualmente el único partido que sobrevivió a la crisis política iniciada en 2001 y, con el triunfo electoral a la vista, se encolumna con entusiasmo detrás de su líder, el gobierno de la Presidenta se apoya en su sola persona, su cambiante popularidad, unos círculos de fieles y el oportunismo de los líderes locales peronistas.
La lógica más básica del poder afirma que un presidente sin posibilidad de reelección y sin control sobre su heredero es un presidente débil. Y cuando el peronismo huele la debilidad de un presidente, se abre la temporada de caza.
En este contexto se ha colado el debate sobre una nueva reforma constitucional, que abriría la posibilidad de perpetuar el legado del kirchnerismo, sea habilitando nuevas reelecciones, sea cambiando el actual sistema presidencialista por uno parlamentarista con primer ministro, sea incluyendo dentro de los derechos y garantías básicos algunos de los logros del actual gobierno.
La iniciativa ya fue planteada en público por Raúl Zaffaroni, un juez de la Corte Suprema cercano al gobierno, y lo secundó el socialista Hermes Binner, el dirigente opositor (aunque minoritario) con más chance de salir segundo en las elecciones del domingo.
La amenaza de permitir la reelección presidencial sin término parece, antes que nada, una barrera para contener las aspiraciones de los (varios) candidatos peronistas que sueñan con suceder a Cristina Kirchner y los que puedan surgir en los próximos cuatro años. Una amenaza útil para no perder el poder, pero tal vez no para conservarlo. La re-reelección no parece, al menos de momento, una opción que la sociedad argentina toleraría. No pudo conseguirla Carlos Menem a finales de los ’90 ya había ganado una reelección al negociar una reforma constitucional en 1994, y quería otra más, aunque lo intentó hasta el final.
Otra podría ser la situación si el eje de la discusión fuera, tal como lo plantean el juez Zaffaroni y el candidato Binner, reemplazar un presidencialismo presuntamente en decadencia por un parlamentarismo lleno de promesas. El nuevo sistema podría tentar a las fuerzas políticas de la oposición, actualmente en ruinas, que ganarían nuevo poder en un esquema de negociaciones y votos de confianza. De allí el apoyo de Binner, líder provincial de un partido pequeño, que de otro modo no podrá enfrentarse a la gran maquinaria del peronismo. (Binner defendió la creación de un modelo parlamentarista pero cuando corrió la versión de que había hecho un pacto con la Presidenta para la reforma se apuró a aclarar que no es todavía el momento.)
Sin una renovación de las fuerzas políticas, empero, no es claro cómo el nuevo esquema traería, por sí solo, un cambio. El Congreso ha estado dominado por la oposición durante los últimos dos años y la Presidenta no ha visto recortado su poder; todo lo contrario. Los vicios del sistema actual se trasladarían, muy probablemente, al nuevo.
Una reforma parlamentarista apenas serviría para esconder la reelección bajo la forma de una nueva figura: la del primer ministro o, acaso, primera ministra.
Un tercer planteo, apenas sugerido, resulta más interesante y más difícil de rechazar para quienes se definen como progresistas. Cristina se excluiría de la reelección y alentaría en cambio la incorporación a la Constitución de los logros del “modelo”: derechos humanos y sociales, mayor intervención del Estado.
Sería una revancha histórica. En 1949, Juan Domingo Perón reformó la Constitución de 1853, incorporó (junto con la reelección indefinida) derechos sociales y autorizó al Estado a intervenir en la economía. El texto fue eliminado por la dictadura militar que derrocó al gobierno que lo había escrito.
Sesenta años más tarde, en su último período y tras haber ganado una trabajosa victoria, Cristina Kirchner podría ir a la conquista, ya no del poder, sino de la Historia."