Cristina 2011-2015, 3 lecturas sobre una transición que no termina
Cristina Fernández, viuda de Néstor Kirchner, llega a su 2do. mandato presidencial consecutivo, que es el 3ro. -también consecutivo- del Frente para la Victoria, integrado por el Partido Justicialista pero con influencia creciente de otras fuerzas políticas no necesariamente partidarias.
¿Qué cabe esperar de la Cristina que viene? ¿Será similar a la Cristina ya conocida o habrá diferencias? Si las hubiese, ¿cuáles podrían ser? Aqui 3 lecturas introductorias:
Roberto García en el bisemanario Diario Perfil, de Ciudad de Buenos Aires:
"(…) Y como todos los pilotos de competición, va a tanta velocidad que no sabe lo que hay detrás de las próximas curvas. Por lo tanto, el obstáculo no será un adversario, sí la contingencia. Como lo demostró Boca Juniors.
Tanto dominio y hegemonía se evaporó en un instante. Eran oficialistas, se calzaban la camiseta de Ella con la azul y oro, ganaron el campeonato el mismo día de los comicios, las dos barras bravas los apoyaban, el héroe de la república xeneize estaba a su favor (Riquelme), sepultaron a otros aspirantes molestos en la sumatoria final, llegaron adhesiones como nunca antes de las intendencias bonaerenses (se multiplicó por más de dos la presencia electoral), todo el Gobierno se empeñó en una campaña que no sólo perseguía ocupar el club más importante, sino también defenestrar cualquier secuela de Mauricio Macri. Y, por si fuera poco para este “relato” ganador, el candidato a vencer que resultó al final triunfante, Daniel Angelici en plena campaña se disminuyó en silencio por dos percances cardíacos intimidantes. Aun así, ni con estas ventajas presuntamente invencibles, los tres Carlos de confianza de Cristina (Zannini, Tomada y Kunkel) pudieron acercarse en el resultado final. Perdieron. En ocasiones, ventajas y poder no garantizan el triunfo.
El papelón oficialista en el fútbol de la Ribera se ocultó con el anuncio de los tres módicos ascensos en el Gabinete y la ceremonia de hoy. Se tapará aún más con otro proceso evidente de purificación: “Profundizar el modelo” o “vamos por todo o todos” son consignas operativas que también empezaron antes de la reasunción. Tanto que la lista negra está escrita. Pueden alternar la primera línea, pero Hugo Moyano y Daniel Scioli integran con Clarín y algún otro medio o periodista esa hilera de condenados. Son las rémoras a de-salojar.
Para algunos, antes de fin de año habrá un golpe contrario a los intereses del grupo que preside Héctor Magnetto. Nadie arriesga comentarios, pero hasta hay temblores en La Nación. Por su parte, en la CGT se amontonan en previsión: aspiran a una “ayuda empresaria” de $ 1.200 a $ 2 mil para los trabajadores antes de la paritaria de marzo. En el medio, escaramuzas: el Día del Camionero y sus festejos, la renovación de la violencia oral entre La Cámpora y los gremialistas, la disputa por las obras sociales, pedidos congelados de los sindicatos y, sobre todo, la negativa oficial a convalidar un aumento del 32% en el gremio de los trabajadores rurales. ¿Desde cuándo el Gobierno puede impedir un acuerdo celebrado entre empresarios y organizaciones del trabajo? Parece una advertencia o un tope para el futuro. No parece que el entuerto se resuelva con buena voluntad. Como se ve, no es sólo Moyano la discordia.
El tercero en el rubro de los apartados es Scioli. Los más afiebrados se imaginan una réplica del putsch que en los 70 liquidó al médico Oscar Bidegain por parte de su vice, el gremialista Victorio Calabró. Y con apoyo de la Casa Rosada. En este caso, con una ideología invertida: Bidegain respondía a Montoneros y Calabró a la línea peronista opuesta. Otros, más cautos, sospechan en un proceso menos traumático: creen en un vaciamiento del poder sciolista, ya esmerilado antes de asumir, primero en el tema seguridad y luego en la estantería judicial.
Hasta sonó a siniestra burla que la ministra Nilda Garré le reclame a Scioli tomar las riendas de la policía. Interpretaciones aparte, negocios inclusive (como la participación de ciertos estudios jurídicos en la tarea de civilizar la cuestionada policía), inquieta una derivación: que los poco eficientes uniformados de hoy se transformen en aliados de intendentes poco escrupulosos, como sucede en México. Lo cierto es que unos pugnan por el eslogan verbitskyano “andate Scioli, la p… que te p…”, mientras el gobernador se resigna a las sevicias confiando en su buena suerte y convertirse, con el paso del tiempo, en el candidato indeseable de Cristina, en el sucesor ineludible. Cada uno, con la especulación que desee.
Merecen una mirada los ascensos ministeriales. Poco se espera de Hernán Lorenzino, menos gravitante en apariencia que el discreto Carlos Fernández en tiempos de Néstor. Ni siquiera es un economista todoterreno. Más bien encaja para tramitar cuestiones bancarias. Finalmente, es un abogado. Julio de Vido y Guillermo Moreno, aunque tampoco son economistas, serán los dilectos consejeros de la Presidenta en la cuestión macro y micro del área. Como hasta ahora. Uno, para explicarle el apresurado curso de la poda de subsidios. El otro, polifacético, para intervenir en cuanta inundación aparezca. Sea para frenar importaciones o para sacudir empresarios de conducta dudosa, según él, como el de un laboratorio de doble apellido que acompañó a CFK a Cannes. Le reprochó al personaje que, por un lado, alababa la gestión y, por el otro, compraba dólares a mansalva. No fue al único que intimidó últimamente, para disfrute de la mandataria.
La suba de Lorenzino indicaría otra novedad: levanta las acciones de Amado Boudou, ya que se había precipitado al fango por una leyenda urbana sobre desgrabaciones íntimas e incómodas. También el ascenso de Juan Manuel Abal Medina consolida al desde hoy número dos del Gobierno: operaban juntos a pesar de que compitieron por la vicepresidencia. A menos que la designación cambie la personalidad, nadie se imagina una revolución por la llegada de Abal: siempre ha sido colaborador asistente para sugerir, insinuar, comentar, sea de Chacho Alvarez, Aníbal Ibarra, Alberto Fernández, Sergio Massa, Néstor Kirchner o Cristina (dicen que Ella lo asumió primero que El y luego se lo derivó).
Debe observarse un detalle: ambos hicieron sus posgrados en universidades privadas (la Di Tella para Lorenzino, y un enjuage poco explicable de Flacso, Georgestown y México para Abal). Curiosa circunstancia entre estos ahora entusiastas del Estado: la Di Tella nunca podría reconocerse dirigista y en el embrollo universitario que educó a Abal Medina, Flacso se proclama progresista pero la norteamericana se inclinó por los republicanos, reaccionaria si debiera calificarla un kirchnerista. Algo así como Boudou y el Cema, las sorprendentes fuentes en las que también abreva Cristina."
Raúl Acosta, en el diario La Capital, de la ciudad de Rosario:
"(…) La mayoría de los politólogos, más allá de las cámaras de televisión, en simples charlas o en textos, opúsculos, en la correspondencia sin efecto secundario "en la plebe", sostienen la verdadera duda cartesiana de este asunto: ¿de qué democracia estamos hablando?
(…) El eje político, para que se entienda, es que los votos no son a un programa, una propuesta, son a una persona. Chau. Los votos son míos y hago con ellos lo que quiero. Jamás traicionaré porque jamás prometí. Los votos me dan poder, me legitiman. Yo mando. No me imponen deberes. Eso es un lujito de otras épocas y otros sistemas. Ante cada objeción saco los votos y los tiro encima de la mesa. Por favor. Caramba.
Está destripada, ya es evidente, una concepción liberal de la democracia. Tal vez sea justo. De hecho tiene el aval de los votos. Volvemos al punto: ¿qué votaron los que votaron mayoritaria, abrumadora, aluvionalmente a Cristina? En días la duda comenzara a ovillarse, o desovillarse, según. Parece obvio: la votaron a ella.
Los gobernantes mencionados: Scioli, Macri, Urribarri, Bonfati, De la Sota comparten almanaque y agenda con la viuda. La contemporaneidad quita excusas. Obliga, define. Hable ahora o calle para siempre.
Es interesante advertir que la sumatoria de los mencionados daría un perfil. Los modos de la dirigencia estudiantil tradicional del ’70, de donde proviene el gallego De la Sota, el deportista famoso y sumiso (Scioli), el hijo de rico que quiere hacer el bien fácilmente, sin ensuciarse los fondillos (Macri), el dirigente de partido que sube y sube cuadros por militancia y perseverancia (Bonfatti). El perfil que aparece sumándolos no es el de CFK. Ni de broma. Sin embargo, el voto los consagró. Están en la misma página de la historia.
En diciembre de 2011 asumen alcanzando más del 65 por ciento de los votos del país. El 70 por ciento del PBI. La democracia que supone De la Sota no es la de Scioli, ni la de Macri, tampoco la de Bonfati. ¿Cómo compatibilizan los sistemas de mando, representatividad, los modos de sus gobiernos con el de Cristina?
Si sumamos a La Pampa y Mendoza, junto a los mencionados: Ciudad Autónoma, Córdoba, Provincia de Buenos Aires, Entre Ríos y Santa Fe, el resto del país es de los caudillos regionales o sus derivados. También de economías particulares. De tremendos desequilibrios. De votos escasos para la suma total. Es con los votos de los conglomerados como se ganó la presidencia. Las gobernaciones en esos conglomerados admiten señas particulares diferentes.
En algún momento, sin embargo, alguien aludirá a la democracia republicana, representativa, federal. Ausente, señorita, está en el baño, no vino, se resfrío. Rabona, chupina, la rata.
El sistema de la coparticipación nacional, que desde 1994 es "el cuento de la buena pipa", violenta el federalismo. Lo mismo el distrito único.
La representación ni siquiera se asume como real. ¿Quién dice, en 2011, que son 19, y nada más que 19, los diputados nacionales por Santa Fe? En muchos casos se trató de una representación según el dedo del escritorio del poderoso. ¿A qué programa, deseo, realidad provincial representan los diputados actuales y los que vendrán? Hoy los diputados nacionales comparten una fotografía fuera de foco.
El diálogo es el eje de la República, detrás de su etimología. Y la democracia, según insiste Rosanvallon, debe redefinirse ¿De qué democracia hablamos cuando hablamos de democracia? (…)".
Héctor Ghiretti (profesor de Historia y doctor en Filosofía de la Universidad de Navarra, investigador de la UNCuyo) en el diario Los Andes, de la ciudad de Mendoza:
"(…) Los resultados electorales del pasado 23 de octubre deberían hacernos reflexionar sobre el desarrollo de nuestra cultura política.
¿Cómo debe interpretarse tan abrumadora victoria? Me atrevo a afirmar que su causa es un factor regresivo, un elemento que cabría calificar de negativo. Una cultura política desarrollada (en términos democráticos, que no son los únicos posibles) debería ofrecer resultados más equilibrados.
Es lo que puede verse en los países que se tienen por avanzados. En la medida en que se da un porcentaje tan desbalanceado (descartamos para el caso toda práctica fraudulenta) puede pensarse en varias explicaciones (he tratado de ser exhaustivo, dudo de haberlo conseguido):
1. Una degradación generalizada de la dirigencia política, en la que sencillamente se premia a quien se encuentra en posesión del poder, se destaque o no del resto.
2. Un craso contraste entre los programas de gobierno, que descalifica a todos en beneficio de uno en concreto.
3. Un aparato de propaganda que no da lugar ni trascendencia a alternativas de gobierno.
4. Un desinterés general que por cuestiones de bienestar, pereza y/o cierto sentido económico relacionado con la curva de aprendizaje, prefiere optar por la continuidad.
5. Una maquinaria electoral-clientelista bien aceitada y eficaz.
Ningún factor enumerado parece propio de una cultura ciudadana madura. Alguien podrá objetar que estas opciones no contemplan el respaldo electoral que puede conseguir una gestión exitosa y de amplio apoyo popular. Pues bien, tiendo a pensar que esas validaciones siempre se dan en porcentajes menos contrastantes, en la medida en que no son potenciados por alguno de los factores antes enumerados. Un entusiasmo tan marcado generaría una reacción si no igual de vigorosa, al menos proporcionada.
Una cultura política más desarrollada se hubiera expresado de una forma más equilibrada, distribuyéndose de forma más equitativa entre diversas alternativas que permitieran un contraste mayor al gobierno, obligándolo a someterse a controles y llegar a acuerdos entre fuerzas. Simpatizantes y críticos se distribuirían de una forma más homogénea.
Gobernar con las encuestas
Una última reflexión sobre la tiranía de los números. Resulta frecuente que se afirme de tal o cual político que “gobierna con las encuestas en la mano”. El dato estadístico es, sin dudas, un elemento vital, del cual no se puede prescindir.
Entre los funcionarios públicos se repite mucho aquello de que “lo que no se puede medir no se puede cambiar”. Y es básicamente cierto: pero el sentido y la necesidad del cambio nunca son proporcionados por la medición. También es necesario saber qué medición es la que proporciona el dato útil.
Se necesitan otras cosas para gobernar. Hacerlo sólo con las encuestas es ir a remolque de la sociedad, perder voluntariamente la función directiva y orientadora de la política. El recurso de las encuestas y sondeos de opinión elevados al máximo criterio de decisión política es propio de los malos gobernantes.
Hay políticos incapaces de rebelarse contra esta forma particular de despotismo: de la tiranía de las encuestas de popularidad, propia de los demagogos, pasan a la tiranía de los balances negativos, el pasivo, los índices de inflación y recesión y el consiguiente ajuste, propio de los ejecutores del pueblo."