La vida secreta del despachante de Aduana que escondía en su armario más de $110 millones en cocaína rosa y cristal de éxtasis

CIUDAD DE BUENOS AIRES (Compacto Político). ¿Qué hace al dealer perfecto? ¿Ser escurridizo, habilidoso? ¿Ser el que consigue las mejores drogas?
¿O ser todo eso y además ser nadie, un indetectable que nunca llama la atención?
Para un dealer, básicamente, no hay nada peor que gritar su plata.
Pero Christian Martín Castronuovo no tenía nada que llamara la atención. Vivía en un dos ambientes de la calle Directorio en Flores, sin estridencias, sin jacuzzi, sin tele grande o el clásico póster de la película Scarface o la memorabilia de Pablo Escobar que compran los traficantes de poca monta para sus paredes apenas sienten un poco de ego. No tenía antecedentes penales, un legajo de reincidencia o causas previas. Tampoco manejaba un Audi o un BMW, sino un Volkswagen Golf.
Para un delincuente genuino, un ratero, un traficante o un transa, tal vez no hay nada peor que tener un trabajo honesto. Es de gil, de tonto. Pero Christian tenía un trabajo honesto. Tras pasar por un supermercado mayorista, Castronuovo había pasado los últimos seis años como empleado de un despachante de Aduana porteño, miembro de los directorios de varias empresas. El 30 de mayo de 2019, Christian fue arrestado en su departamento. Un día antes, la Federal lo detuvo en la esquina de San José y Avenida de Mayo mientras le vendía pastillas a un joven porteño, una decena de comprimidos y una cápsula de cristal de MDMA. Tenía más en la mochila: 180 cartones de LSD, micropuntos de LSD, doce bolsitas de cocaína, más cápsulas de MDMA, otras 140 pastillas.
Así, al día siguiente, le abrieron el armario. Según la causa, insólitamente, Castronuovo se habría delatado a sí mismo. Por lo que había allí, y por otras cosas, Christian fue encarcelado en el penal de Ezeiza y luego condenado. Tras una elevación a juicio a cargo de la fiscal Alejandra Mangano, pactó una pena en un proceso abreviado el 15 de octubre pasado en el Tribunal Oral Federal N° 8 con Marcelo Colombo como fiscal acusador. La oferta fue de su ex abogado defensor, Pablo Jurado, que logró un arreglo sumamente conveniente de cara al Código Penal. En el medio, su teléfono fue peritado: los mensajes revelaron regateos y chicanas, consultas por precio de a kilo, una apurada a un comprador que le debía.
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En una causa por narcotráfico, un acusado tiene dos vías. Puede ser un colaborador o callarse la boca. Ya es tarde para convertirse en un arrepentido, pero quizás el acuerdo le convenga. Castronuovo no tendrá que decirle nada a nadie. Así eligió hacerlo en su acuerdo. Se lleva a la cárcel su secreto más preciado. Durante meses, la PROCUNAR, el ala de la Procuración dedicada a investigar delitos de narcotráfico, intentó determinar cómo había conseguido todo lo que estaba en ese armario, una obra maestra en importación clandestina. Castronuovo mismo se había negado a declarar en la causa, sin ofrecer explicaciones.
Las pastillas en todas estas incautaciones fueron apenas 637. Castronuovo, detectó PROCUNAR, hizo muy pocos envíos internacionales a su nombre. Y en su casa tenía mucho más. “Enorme”, calificó la fiscal Mangano en su stock, un material valuado en casi 75 millones de pesos según un documento en la causa, más de 110 millones en precio dealer actual con el ajuste inflacionario del dólar libre.
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La pregunta sigue. ¿Dónde consiguió todo? “A nivel local”, dice alguien que lo conoce: “Nunca hubo un contrabando”. La misma fuente le baja el precio simbólico al hallazgo en el armario. “Es un tipo que se entusiasmó con su stock”, reconoce.